La instrucción doméstica de las hijas de Federico Max Müller

El estudioso de las religiones y profesor alemán Federico Max Müller, se refiere a su experiencia personal como educador en el hogar en una conferencia que ofreció ante la Asociación Libre-cambista de Manchester, el 27 de octubre de 1875, denominada «La educación nacional como un deber de la Nación».
La finalidad de su presencia en la ciudad de Manchester era la de distribuir los premios certificados otorgados por las Universidades de Cambridge y Oxford en los últimos exámenes a los candidatos procedentes de esta ciudad y sus cercanías. El tenor literal de parte de su exposición, en cuanto a la educación en el hogar de sus hijas es el siguiente:

«En la actualidad las escuelas consideran como un honor el triunfo de un corto número de discípulos y que varios conquisten premios y certificados. Día vendrá, lo espero, en que las escuelas no quedarán satisfechas si casi todos los discípulos no son aprobados, y si la mitad al menos no obtiene premios y certificados. Mientras no se consideren las escuelas en el deber de presentar a examen en ciertos períodos todos sus alumnos, el verdadero fin de estos exámenes estará por realizar: no, temo que su objeto no se conseguirá, si se anima a los maestros para que aspiren a sobresalir en algunos en vez de proponerse un aprovechamiento igual en todos los alumnos.

Y no ganarán solamente las escuelas con estos exámenes locales, sino también la educación doméstica, y muy particularmente la educación doméstica de las jóvenes. Permitidme que os dé cuenta de mi propia experiencia en la materia. Como antes no había ninguna buena escuela de jóvenes en Oxford, y tengo el gusto de anunciar que se abrirá en la semana próxima una escuela superior de jóvenes en esa población, mis niñas tenían que educarse en casa; pero a ellas y al aya les dije que les haría examinar anualmente en los exámenes locales. Esto les dio nuevo ardor, impuso una dirección determinada a sus estudios, les hizo tomar afición a su trabajo, y a despecho de todos los inconvenientes de la educación doméstica, los resultados han sido sumamente satisfactorios. Hice que mis dos niñas mayores se examinaran el año pasado, principalmente para enterarme de los puntos en que flaqueaban y de aquellos en que estaban mejor instruidas, las he presentado nuevamente este año como candidatos juniors, y si miráis la lista que tenéis en vuestras manos, encontrareis sus dos nombres en puestos muy honrosos. Las volveré a presentar el año próximo y todos los años hasta que su educación termine, y puedo asegurar a todos los padres que se ven obligados a educar sus hijas en casa, que por grande que el mérito del aya sea, encontrarán en estos exámenes el guía más útil, el más eficaz estímulo, y por último, la más lisonjera recompensa, así para quien enseña como para quien aprende».

 

El eterno debate desde Quintiliano hasta el Siglo de Oro

Bien es conocida la preferencia de las clases altas por la instrucción doméstica para sus vástagos. En una carta de Vives a Erasmo en 1522, éste le declara que «los más lerdos, más romos, más depravados, más serviles (…) que se meten en la escuela como en una tahona o a ella se agarran como a un hacecillo de gloria». Estos autores, tanto Vives, Erasmo como Nebrija se plantean el debate de qué será mejor, la enseñanza en casa o en la escuela, y según el trabajo de B. Delgado, en su Historia de la educación en España y América, se vuelven a repetir los mismos argumentos en pro y en contra que expuso Quintiliano (Calahorra, circa 35 – Roma, circa 95) siglos atrás en sus Instituciones oratorias.
Nebrija titula el capítulo XII de su De Liberis Educandis «Si los muchachos han de instruirse en su casa o en la escuela» y se limita a reproducir en síntesis las mismas razones aducidas por el calagurritano, sin añadir nada de su cosecha.
Quintiliano en sus Instituciones oratorias se expresa de este modo ante las objeciones que se plantean contra las escuelas públicas: «Vaya nuestro niño poco a poco creciendo, salga del regazo de la madre, y comience a aprender con seriedad.Lo que principalmente debemos tratar en este lugar, es: si es más útil tenerle dentro de casa, o enviarle a la escuela pública, y encomendar su enseñanza a los maestros; lo que hallo haber sido de la aprobación de los que reformaron las costumbres de las ciudades más grandes y de los autores más consumados».

El debate lleva vivo desde hace siglos, por tanto, y parece que tras 20 siglos aún no se acaba de decidir la sociedad sobre cuestiones que afectan a las bases de la sociedad, como lo es la propia educación. En mi opinión Quintiliano, el maestro de la oratoria, se inclina hacia la escuela por razones precisamente de oratoria al declarar así: Añado a lo dicho, que los maestros no pueden hablar con el mismo espíritu y eficacia cuando oye uno sólo, que cuando les anima la concurrencia de los discípulos (…..)Y ciertamente, imagínese cualquiera que está viendo a un maestro declamar o perorar delante de un sólo discípulo, figúrese aquella disposición, la voz, el modo de andar, la pronunciación, y por último aquel ardor y movimiento del cuerpo y alma…Si el hombre no tuviera sino otro hombre con quien comunicar, no habría elocuencia en el mundo».

La enseñanza doméstica en la Ley de Instrucción Pública de 1857

EL TILULO III de la Ley se dedica a la denominada Enseñanza doméstica en el contexto de la segunda enseñanza en estos términos:
Art. 156: Serán admitidos a los exámenes de ingreso para la segunda enseñanza los que hayan adquirido la primera en casa de sus padres, tutores o encargados de su educación, aun cuando no la hubieren recibido d Maestro con título.Art. 157: También podrán estudiar los alumnos el primer período de la segunda enseñanza en casa de sus padres, tutores o encargados de su educación, bajo las condiciones siguientes:

Primera: Que tengan la edad señalada en el art. 17 (haber cumplido nueve años de edad)

Segunda: Que se matriculen en el Instituto local o provincial respectivo, para lo cual deberán ser aprobados en un examen general de primera enseñanza y satisfacer la mitad de los derechos de matrícula.

Tercera: Que estudien bajo la dirección de profesor debidamente autorizado.

Cuarta: Que sufran los exámenes anuales de curso en el instituto donde estuvieren matriculados.

Además del uso de la expresión «que sufran los exámenes2 en un contexto en el que hoy en día posiblemente redactaríamos «Que superen los exámenes…», creemos que la situación de estos alumnos es la que en su tiempo se calificaba como de alumnos «libres», que cursaban los estudios en el hogar, en un centro no oficial, o con algún maestro o maestra como particular, y que al final del curso acudían a realizar los exámenes correspondientes «por libre».