Cuando vivimos entre las luces y las sombras, abriendo y cerrando puertas a compartir con los demás nuestra opción educativa, muchas veces a la defensiva, buscando justificaciones razonables, y razonamos, desde la emoción y desde el intelecto, nos agotamos y lamentablemente nos perdemos ese deleite irreconocible de la normalidad. Como cuando eres niña y te pones a bailar por la calle, pero nadie te mira con desconfianza por que es absolutamente normal que los niños bailen. Luego creces, y puedes bailar en la calle, pero ya no es el mismo goce inocente de la infancia, las miradas de los otros ya no son siempre simpáticas, y aunque no lo quieras saber, lo sabes… has perdido la normalidad. Supongo que por eso a quienes nos sigue gustando bailar, nos gustan los musicales que nos devuelven la ilusión de haber recuperado ese paraíso perdido.
Y toda esta disertación viene al caso por que les voy a contar, brevemente, mi experiencia en una fiesta de graduación de High School, en una de esas celebraciones que salen en las películas y que tan lejos quedan de nuestro imaginario colectivo. Nuestra sociedad latina las quiere copiar, pero en realidad no podemos por que no es nuestra fiesta. Supongo que vendría a ser como si ellos quisieran copiar las fallas valencianas, podrían hacer monumentos falleros, pero no podrían contagiar del entusiasmo de la fiesta a toda la población. Y eso es lo que sucede en USA con la graduación, que no es de cada uno, sino que es comunitario.
No hay un muestreo fiable, pero en Estados Unidos de América, el Departamento de Educación del citado país estima en dos millones los estudiantes educados en el hogar durante 2007, y siendo una tendencia al alza, cabe pensar que no se ha reducido.
Tuve la suerte de estar allí, en una pequeña ciudad de provincias, durante el mes de las graduaciones. Vi los supermercados llenos de tartas, bombones, banderines, gorritos de papel y serpentinas dedicados al momento de cierre de la etapa escolar obligatoria, que en su caso no coincide con la mayoría de edad. Los escaparates ofreciendo vestidos de fiesta y túnicas de nailon de colores diversos, con sus birretes a juego.
Pude ver las calles cortadas para las fiestas familiares en honor de esos hijos e hijas que han alcanzado ese hito que viene a ser casi un paso de iniciación a la vida adulta. Las carpas montadas para la ocasión y los vecinos compartiendo la alegría con familiares y amigos.
Según wikipedia: La educación estadounidense es operada por los gobiernos estatales y locales, regulados por el Departamento de Educación de los Estados Unidos. Es obligatorio que los niños y niñas reciban educación desde los seis o siete años, hasta que cumplen los dieciocho años (generalmente hasta cursar el duodécimo grado, el final de la escuela secundaria); algunos estados permiten a los estudiantes abandonar la escuela a los dieciséis o diecisiete años. Aproximadamente el 12% de los niños están inscritos en escuelas privadas, mientras que el 2% recibe educación en el hogar. De las personas mayores de veinticinco años, el 84,6% se graduó de la escuela secundaria, un 52,6% asistió a algún college, el 27,2% obtuvo una licenciatura y el 9,6% obtuvo un título de posgrado.
Con ese porcentaje de población graduándose, y con una larga trayectoria de derechos democráticos se comprende que las fiestas se conviertan en eventos que van más allá de la celebración familiar. Me sorprendió gratamente ser testigo de la costumbre de celebrar las fiestas en la calle, compartiendo con todo el vecindario, y teniendo permiso para cortar el paso del tráfico rodado, para mayor tranquilidad de los participantes.
A la fiesta de graduación a la que yo acudía, celebrada por una escuela privada, había una mezcla de estudiantes presenciales y de estudiantes educados fuera de las instalaciones escolares. La dirección de la escuela había pedido a los alumnos y alumnas que compartieran con el público asistente algunos de sus talentos, de modo que tras los discursos, el central ofrecido por un antiguo alumno del programa a distancia, Peter Schriemer ( http://www.imdb.com/name/nm2699517/ ), nos deleitaron con opera, un breve concierto de piano y un baile coral.
Luego pasamos a tomar algo en el espacio central de la escuela, donde yo no podía distinguir entre quienes nunca habían estado allí hasta ese momento, y quienes habían crecido y estudiado entre aquellos muros; la alegría de haber llegado al final del camino era la misma en todos los rostros. Las muestras de afecto entre familiares y personal docente eran las mismas, las animadas charlas sobre el futuro… eran las mismas. Me sorprendió saber después que para muchas familias que llevaban años en la escuela, era la primera ocasión en que se veían con sus asesores educativos, con los que se habían comunicado siempre vía e-mail o teléfono, y de quienes en realidad tenían una fotografía como todo referente.
En esa escuela la ceremonia se realiza en la tarde del sábado, desde hace más de treinta años, para dar ocasión a las familias que viven en otros Estados de la Unión a realizar el viaje con comodidad. Había rostros étnicamente distintos; asiáticos, afrodescendientes, caucasicodescendientes,…
Me impactó la muchacha que nos deleitó con opera nipona, tan rubia y tan blanca, alumna del programa a distancia (homeschooler)… yo la escuchaba a ella, mientras miraba a una madre (japonesa, de alumnos presenciales), que asentía con la cabeza al tiempo que la escuchaba.
Es obvio que esa escuela a la que fui invitada no es una escuela estándar, y que siendo solo un 2% de la población la que educa en el hogar, no son realmente una opción normalizada, sin embargo la semana que pase en aquel rincón de los USA, estaba yo como una niña pequeña, exultante de felicidad, como si por obra de un hada se me hubiera concedido el deseo de volver a bailar en la calle y ser mirada con simpatía. O de educar en casa y ser mirada de igual a igual.
Grupo de homeschoolers en el día de su graduación